martes, 18 de marzo de 2014

Allí donde no llega el ritmo de la samba

Las vacaciones de verano son para muchos la ocasión ideal para volver a las raíces, a ese pueblo de los abuelos tan clásico, tan típico que incluso Aquarius se aprovechó de su fama para una campaña publicitaria.

No hay nada como uno de los pequeños rincones donde la civilización solo ha llegado a asomar la cabeza para conseguir esos apreciados momentos de reflexión filosófica, de búsqueda de uno mismo, de calma espiritual.  

Como muchos, yo también tengo un pueblo, aún más pequeño y solitario que en el que vivo, pero para llegar a él tengo que cruzar el Atlántico y sufrir más de diez horas de vuelo en esa lata de sardinas con asientos numerados que llaman clase turista.

Pensando en playas de Brasil, Copacabana e Ipanema son las primeras sugerencias que te ofrece un cerebro empapado en imágenes de la célebre Rio de Janeiro. Sin embargo, Brasil tiene casi 7500 km de costa, y casi 9 de ellos, al norte del estado de São Paulo, pertenecen a la playa de Boracéia.




Accesible solo a través de una estrecha carretera que se abre paso hacia la costa por una espesa selva tropical completamente salvaje, Boracéia es una diminuta población que hace poco que sale en los mapas, poco más que un barrio en crecimiento, con calles sin asfaltar, viviendas en lento proceso de construcción y un par de negocios y establecimientos hosteleros que, afortunadamente, cada año aumentan discretamente en número.

En definitiva, no demasiadas opciones para el turismo o el ocio.

¿Su mayor atractivo?

Bueno, dicen que una imagen vale más que mil palabras.




Siendo un destino bastante apreciado por los paulistas en puentes y vacaciones, el resto del año está prácticamente vacío.

Aquellos amantes de playas desiertas, encontrarían durante la semana el lugar perfecto donde pasar un relajante día a orillas del mar sin mucho más contacto con la humanidad que un par de ciclistas o algún caminante solitario.

Para los que prefieren las playas algo más animadas sin tener que disputarse con otro veraneante un metro cuadrado de arena donde extender la toalla, los fines de semana podrían disfrutar de un partido improvisado de volleyball, puestos de helado y agua de coco ambulantes y un ambiente tranquilo y agradable.






Y para los que no son tan fans de la playa, Boracéia aun sería un perfecto refugio para los que huyen del rugido de la ciudad, donde disfrutar de un suave clima tropical, de la afable y abierta personalidad de los lugareños, de la colorida y frondosa flora que invade los jardines, de los exóticos cánticos de los pájaros por la mañana y del sedante arrullo de las olas por la noche, del arroz feijão hecho en casa y de la caipirinha tradicional.




 Pero si buscas el frenético sonido de los tambores, quizás este remanso de paz en el país de la samba sea “demasiado paradisíaco”.  


4 comentarios:

  1. Me encanta ! ojala pueda ir algún dia .

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  2. Opino lo mismo que María ;) Me tele-transportaría en estos momentos a jugar allí un partido de volley y terminar la tarde con una caipirinha mientras veo atardecer. Sí quiero.

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  3. Por suerte o por desgracia hay todavía lugares así en el mundo, aparatoso acceder a ellos pero esto quizás es lo que les haga tan especiales. Como dices una imagen vale más que mil palabras y me sumo a Maria y Virginia, sería maravilloso relajarte en esas maravillosas playas.

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  4. O_o No se puede menospreciar un destino tan exótico como suena Brasil para los oídos de los europeos... Sangre caliente y felicidad. Tengo amigos que han estado por alli y todo el mundo resalta la facilidad que tiene las personas allí de ser felices con muy poco.

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