Las
vacaciones de verano son para muchos la ocasión ideal para volver a las raíces,
a ese pueblo de los abuelos tan clásico, tan típico que incluso Aquarius se
aprovechó de su fama para una campaña publicitaria.
No
hay nada como uno de los pequeños rincones donde la civilización solo ha
llegado a asomar la cabeza para conseguir esos apreciados momentos de reflexión
filosófica, de búsqueda de uno mismo, de calma espiritual.
Como
muchos, yo también tengo un pueblo, aún más pequeño y solitario que en el que
vivo, pero para llegar a él tengo que cruzar el Atlántico y sufrir más de diez
horas de vuelo en esa lata de sardinas con asientos numerados que llaman clase
turista.
Pensando
en playas de Brasil, Copacabana e Ipanema son las primeras sugerencias que te
ofrece un cerebro empapado en imágenes de la célebre Rio de Janeiro. Sin
embargo, Brasil tiene casi 7500 km de costa, y casi 9 de ellos, al norte del
estado de São Paulo, pertenecen a la playa de Boracéia.
Accesible
solo a través de una estrecha carretera que se abre paso hacia la costa por una
espesa selva tropical completamente salvaje, Boracéia es una diminuta población
que hace poco que sale en los mapas, poco más que un barrio en crecimiento, con
calles sin asfaltar, viviendas en lento proceso de construcción y un par de
negocios y establecimientos hosteleros que, afortunadamente, cada año aumentan
discretamente en número.
En
definitiva, no demasiadas opciones para el turismo o el ocio.
¿Su
mayor atractivo?
Bueno,
dicen que una imagen vale más que mil palabras.
Siendo un destino bastante apreciado por los paulistas en puentes y vacaciones, el resto del año está prácticamente vacío.
Aquellos amantes de playas desiertas, encontrarían durante la semana el lugar perfecto donde pasar un relajante día a orillas del mar sin mucho más contacto con la humanidad que un par de ciclistas o algún caminante solitario.
Y
para los que no son tan fans de la playa, Boracéia aun sería un perfecto
refugio para los que huyen del rugido de la ciudad, donde disfrutar de un suave
clima tropical, de la afable y abierta personalidad de los lugareños, de la
colorida y frondosa flora que invade los jardines, de los exóticos cánticos de
los pájaros por la mañana y del sedante arrullo de las olas por la noche, del arroz feijão hecho en casa y de la caipirinha tradicional.
Pero
si buscas el frenético sonido de los tambores, quizás este remanso de paz en el
país de la samba sea “demasiado paradisíaco”.
Me encanta ! ojala pueda ir algún dia .
ResponderEliminarOpino lo mismo que María ;) Me tele-transportaría en estos momentos a jugar allí un partido de volley y terminar la tarde con una caipirinha mientras veo atardecer. Sí quiero.
ResponderEliminarPor suerte o por desgracia hay todavía lugares así en el mundo, aparatoso acceder a ellos pero esto quizás es lo que les haga tan especiales. Como dices una imagen vale más que mil palabras y me sumo a Maria y Virginia, sería maravilloso relajarte en esas maravillosas playas.
ResponderEliminarO_o No se puede menospreciar un destino tan exótico como suena Brasil para los oídos de los europeos... Sangre caliente y felicidad. Tengo amigos que han estado por alli y todo el mundo resalta la facilidad que tiene las personas allí de ser felices con muy poco.
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